Una cuestión personal

Por Juan José García Noblejas.

JIM ROACH dedicaba ahora una parte de su tiempo de ejercicio físico al jogging. Había comenzado a alternarlo con remar en su kayak por el río Charles. Los médicos le habían recomendado el cambio, no porque el kayak tuviera algún inconveniente concreto, sino porque -decían- era mejor prevenir posibles ciáticas. Residuos de aquella escoliosis que le había dejado el rugby. Y Jim prefería hacer caso a los expertos del hospital de su Universidad. Quizá era que él esperaba que los demás hicieran otro tanto con sus informes y propuestas sobre comunicación política. Cosa que sin embargo no era nada habitual: Jim era más leído que escuchado. Y eso tenía que ver con el informe que le esperaba en la mesa de su despacho y que tenía que terminar de escribir.

JIM REPASÓ mentalmente el asunto: los médicos holandeses fueron los únicos que tuvieron el coraje de negarse a tomar parte en los programas de eutanasia, impuestos por los médicos nazis durante la II Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, la corporación médica holandesa parece enorgullecerse de estar en la vanguardia de la promoción de la muerte al margen de la naturaleza. Eutanasia para los ancianos (entre tres y cuatro mil, el 3,5% de los decesos anuales), aborto para los nonatos (sin estadísticas) y ahora -este era el núcleo de su informe- eutanasia para los nacidos con algún defecto físico, real o previsible. El "Protocolo de Groningen", la normalización del infanticidio promovida por el pediatra Eduard Verhagen, era el asunto en cuestión. Peter Singer, el bioético de Princeton, estaba planteando su aplicación en EE. UU. Eso sí, sólo en los primeros 28 días después del nacimiento.

MIENTRAS JIM frenaba un poco el paso y respiraba hondo para calmar las pulsaciones del corazón, pensó en cómo hacer ver el alcance de esa monstruosa realidad estadística, sin marearse: hoy, en Holanda, donde la eutanasia en niños es legal hasta los 12 años, el 59% de las muertes infantiles en el primer año de vida está relacionado con la decisión activa de un médico. Le entraron ganas de vomitar. Quizá era consecuencia del paso forzado que había seguido en los minutos anteriores en la orilla del río Charles. Quizá era el recuerdo del informe de la Royal Society of Medicine, que pretendía calificar la muerte infantil por eutanasia como una muerte "natural', dado que suponía "una mejoría para la calidad de vida", al eliminar los "niños defectuosos". O quizá, pensó, era que le venía a la memoria lo dicho por el pediatra Zier Versluys, hacía pocos años, que "la eutanasia es parte de la buena práctica médica en neonatología". Jim, sin poder evitarlo, vomitó allí mismo.

NO ERA CUESTIÓN de identificar el "Protocolo de Groningen" con la Conferencia de Wansee, la que programó "la solución final" nazi. Quizá sí mencionar a Bert Darenbos, cuando recordó que la "solución final" no comenzó con los judíos, sino con los minusválidos y los enfermos mentales. Quizá convenía contar la historia de la británica Nicky Chapman: en 1961 nació con una grave malformación cerebral. Los médicos dijeron que quedaría ciega y lesionada, que viviría una vida amargada, y recomendaron a sus padres que le dieran una fuerte dosis de barbitúricos para que muriera en paz. No lo hicieron. En 2004, Nicky Chapman tenía muy buen aspecto cuando fue elegida miembro de la "British House of Lords". Jim tiritaba. No era el frío tras la vomitona. Fue pensar que -según le habían contado sus padres- con él había pasado casi lo mismo, en esas fechas. Y no quería que su informe sobre Peter Singer y el "Protocolo de Groningen" pareciese una cuestión personal.

(Nuestro Tiempo, marzo 2006, pág 76)