Una sociedad decente debe respetar las conciencias

(Diario Médico, 16 de octubre de 2008. Tomado de Los Angeles Times)

Soy un ateo favorable al aborto, pero apoyo una regulación promulgada hace poco por la Administración Bush que limita la financiación a casi 600.000 hospitales, clínicas, consultorios y otras entidades si no permiten que sus empleados puedan negarse a ofercer algunos tipos de asistencia -incluido el aborto- en asuntos de creencias personales y de conciencia.
Pregúntese: ¿Qué desgracias han ocurrido porque la gente rechazó, en el terreno de la conciencia, hacer lo que pedían las instituciones que les regentaban? Vuelva a preguntarse: ¿Qué barbaridades han ocurrido porque la gente venció sus reparos e hizo lo que se les mandó?
La idea de que debemos respetar la conciencia individual como un árbitro moral es un pilar fundamental de la Reforma Protestante y del individualismo norteamericano acuñado por figuras como Emerson y Thoreau. Está en el núcleo de nuestras tradiciones y libertades. Pero es intrascendente si la respetamos cuando coincidimos con sus resultados y no en caso contrario.
Por ejemplo, mucha gente que defiende el derecho al aborto defendió el derecho de los médicos a practicarlo cuando era ilegal hacerlo. Su argumento era que las mujeres tenían derecho a controlar su propia reproducción. Era, al menos en algunos aspectos, un argumento individualista y consciente. Pero si respetamos el derecho de las muejres a controlar su cuerpo, debemos respetar el derecho de los médicos a controlar su propias acciones. Y si respetamos la decisión de practicar abortos, debemos respetar el rechazo a hacerlos.
Una medida de la decencia y democracia inherente en una institución es el grado en el que defiende la conciencia individual y la autonomía en asuntos esenciales. El grado en el que una institución anula la conciencia individual y la autonomía moral es la medida de su totalitarismo.

Primero, hombres
Thoreau, en Desobediencia civil, escribe: "¿Debe el ciudadano, aunque sea por un momento o en grado mínimo, renunciar a su conciencia en favor del legislador? ¿Para qué tenemos entonces una conciencia? Pienso que primero deberíamos ser hombres, y después sujetos."
Y arguye que, aunque no estamos obligados a intentar arreglar todas las injusticias, sí estamos bajo la obligación absoluta de no apoyar cosas que consideramos injustas, de no participar en algo que consideramos erróneo o gratuitamente hiriente. Algunos médicos y enfermeras enjuician el aborto de este modo, movidos por su religion o sus experiencias. No estoy de acuerdo con ellos, pero la objeción es clara y fundamentada, y debe ser respetada.
La idea de que, al asumir algunas funciones, renuncio a mi conciencia en favor de una institución o de un Estado es quizá la noción más perniciosa en la historia humana. Está en el corazón de las guerras y los genocidios. Es la primera -la única- defensa en cualquier juicio criminal contra la humanidad. "Sólo hacía mi trabajo; sólo obedecía órdenes."
La conversión de una nación entera en una máquina asesina, el Holocausto, el espasmo de la limpieza étnica. requiere la idea de la supremacía del grupo y de la institución sobre el individuo. Si la historia nos enseña algo es que esta actitud nos pone frente al vacío y nos empuja al abismo.
Lo que nos puede hacer a todos esencialmente malvados y quizá signifique el fin de la vida sobre la Tierra es la insípida burocracia con sus regulaciones, y la buena disposición de la gente a capitular. Por supuesto, la gente puede no participar, abandonar o huir. Pero una sociedad decente no debería requerir un heroísmo moral extraordinario; debería respetar los compromisos morales fundamentales de las perosnas. Debería ayudar a sus médicos a curar, y no a forzarles hacer lo que creen que es erróneo.

Crispin Sartwell.
Profesor de Filosofia en el Colegio Dickinson (Carlisle, Pensilvania)