Carta abierta a Inmaculada

(La Razón, 7 de marzo de 2007)

Querida Inmaculada: no sé si alguien tendrá la caridad de pasarte estas líneas, ni si llegarán a tiempo para que puedas leerlas. Me ha costado escribirlas, porque no voy a fingir que puedo ponerme en tu lugar. Yo no padezco distrofia muscular ni estoy atada a una cama desde hace diez años. Creo que si estuviese en tu lugar me querría morir. Yo amo el mar y las montañas, los paseos por las ciudades hermosas y los museos. Sí, creo que elegiría morirme, salvo que aconteciese algo que me desbordase. De eso se trata exactamente, de que exista la posibilidad de que algo ocurra y cambie nuestra vida. Algunas personas tienen el don de provocar estos cataclismos y, antes de que pidas que te quiten el respirador, necesito contarte que he conocido algunas, como Madre Teresa y Juan Pablo II. Cuando te miraban, el tiempo se detenía y tú sentías que eras infinitamente importante, infinitamente amada, que tu vida era indispensable. No sólo lo sentí yo, lo sintieron gentes con lepra, personas moribundas, delincuentes y prostitutas. Generalmente personas dañadas, porque los guapos y felices, los ricos de este mundo, no tienen tiempo para preguntarse sobre el sentido de la existencia. Inmaculada Echevarría, entiendo que quieras morirte, pero tú no tienes la medida del cielo y la tierra, no sabes la clave última que sostiene el universo y que puede que te tenga reservado un tesoro. Ten cuidado y pregúntate si quienes te rodean son así, si son personas tocadas por el misterio, dispuestas a dar la vida por otro. De lo contrario es normal que sólo vean en ti una mujer impedida y cansada, sin objetivo en la vida. Y que te sugieran morirte. Querida niña ﷓porque todas, dentro, somos niñas﷓. No podrás bañarte en el mar azul ni trepar por la montaña, pero me encantaría compartir contigo mis otras aficiones, la lectura, el cine, la comida, las tertulias. Si te quitas el respirador no tendrás nada de todo eso. Pido al misterio infinito que te lo impida, porque la vida, tu vida, créeme, es indispensable.

Cristina López Schlichting